miércoles, 10 de octubre de 2012

EL PLACER QUE NO TIENE FIN (apartes)


William Ospina
La Decadencia de los dragones
Editorial Alfaguara, 2002

Leer es vivir lo que se lee, leer es dejarse conducir por el texto, leer es casi convertirse por un rato en lo que se está leyendo. Borges decía que quien pronuncia una frase de Shakespeare  es, literalmente, Shakespeare. Pero ello sólo puede aprenderse por el contacto cálido con alguien que nos transmita esa claridad y esa emoción. Sólo así se logran esos buenos lectores que son capaces de abandonar un texto. Porque pienso que los buenos lectores son los que son capaces de abandonar un texto es más, los que  no pueden impedirse dejar de leer cuando el texto se hace ingrato, aburrido  o falto de vida. También me atrevo a decir que sólo es un buen lector el que lee con interés y con pasión, y que en cambio es un mal lector el que sigue leyendo cosas que no le interesan, que no le resultan necesarias y que no deriva de la lectura  el menor placer. La lectura como mortificación no hace seres felices, y el principal objetivo de la lectura es la felicidad. Por eso, enseñar verdaderamente a leer es enseñar a disfrutar la lectura.

Muchas veces oímos preguntar para qué sirve la lectura. Yo ahora voy a atreverme a decir que la lectura sirve para muchas cosas, pero que sería maravilloso que la lectura, siquiera por momentos, no sirviera para nada. Porque servir para algo supone siempre una finalidad exterior al hecho mismo: trabajo para subsistir, estudio para superarme, camino para llegar, busco para encontrar. Pero qué bello oír decir de pronto a alguien: “Busca por el placer de buscar, no por el de encontrar”. Qué grato oír, incluso en una canción popular, “Vivir para vivir/sólo vale la pena vivir/para vivir.

Ahora sabemos que hay que valorar las cosas en sí mismas. Por eso repito: leer puede servir para muchas cosas; puede darnos información, puede ayudarnos a comprender el mundo, puede ayudarnos en nuestra formación para alcanzar tal o cual propósito, pero en rigor, ésos son beneficios secundarios de la lectura. Leer es en sí mismo un placer tan grande, un deleite a la vez sensorial e intelectual tan rico, que pone en acción de un modo tan enriquecedor nuestras facultades, que deberíamos considerarlo como un fin en sí mismo, o mejor aún, como un deleite superior a los resultados se obtengan con él. Es a eso a lo que yo he llamado en el título de este texto El placer que no tiene fin, aliando a la vez  dos sentidos de una palabra: que puede no tener un fin exterior a sí mismo y que puede ser evidentemente inagotable. No es necesario asignarles fines exteriores. Los resultados provechosos llegarán por sí mismos, pero deberían estar subordinados al goce de la lectura y a las tensiones estéticas e intelectuales que la lectura ejercita y resuelve.

No hay comentarios:

Publicar un comentario